Por: José Miguel Marchena
Gerente de Innovación y Desarrollo en ISIL
La teoría de juegos plantea que existen los finitos y los infinitos. Un juego finito es aquel que tiene jugadores conocidos, reglas claras y un objetivo común que se pacta previamente. El básquet es un juego finito, sabemos con quién competimos, las reglas son inalterables y al final habrá un ganador.
Un juego infinito, por el contrario, está compuesto por jugadores conocidos y desconocidos, sigue reglas que pueden cambiar sin ningún aviso y el objetivo es continuar el juego y perpetuarse sin límite.
Al no haber ganadores o perdedores, los competidores abandonan el juego por falta de voluntad o de recursos para sostener la intensidad.
El mundo de los negocios es un juego infinito. No sabemos quiénes son todos nuestros competidores, las reglas cambian y no se necesita consenso para ello -un aspecto que en la coyuntura actual resulta particularmente notable-, pero, sobre todo, al ser infinito, no existe un ganador. El juego existió antes que tu empresa y continuará si deja de existir.
Sin embargo, el lenguaje de la mayoría de las compañías nos hace pensar que no tienen claridad del juego en el que están, así lo explica Simon Sinek en el libro: “The Infinite Game”.
“Ser el número 1”, “vencer a nuestra competencia” es retórica común en las empresas para plantearse objetivos. Pero ¿sobre la base de qué criterios? ¿ventas o rentabilidad? ¿Y en qué periodo de tiempo? ¿Trimestre o semestre?
Si no se acordaron las reglas, ¿qué nos hace pensar que estamos ganando el juego?, tal vez solo estamos declarándonos arbitrariamente vencedores a partir de variables que nosotros definimos porque nos hacen lucir mejor.
Aproximarnos a los negocios con la mentalidad de un juego infinito implica reconocer que no siempre tendremos los mejores productos, en ocasiones alguien lo hará mejor que nosotros y tocará aprender y continuar.
La meta no es vencer a tu competencia, es mantenerse en el juego más tiempo que ellos.