Por: José Miguel Marchena
Gerente de Innovación y Desarrollo en ISIL
Esta historia nos invita a remontarnos a finales del siglo XV, cuando Ashikaga Yoshimasa decidió que para reparar sus tazones de té preferidos debía enviarlos a China.
Aquellos tazones retornaron recompuestos, pero con unas grapas de metal desagradables. Yoshimasa decidió ir en busca de los más diestros artesanos japoneses, los mismo que ejecutaron, con particular pericia, el minucioso proceso de unir las piezas con una laca rociada con polvo de oro.
Al finalizar, estos utensilios de cerámica revivían repletos de cicatrices brillantes que transformaban por completo su identidad original y que, en simultaneo, les añadían un nuevo valor; el de exhibir con honestidad las heridas que aquel proceso provocó. Esta técnica fue bautizada como Kintsugi.
Kintsugi es la metáfora perfecta y más bella sobre los avatares de la vida y los procesos de transformación personal.
Es la oportunidad de asumir las grietas que la vida nos imprime con la solvencia que solo la madurez nos otorga.
Es nuestra prerrogativa de comprender que estas fisuras nos regalan un espectro gigante de posibilidades: la de asumirlas con dolor y paralizarnos al notar que sus marcas nos atravesaron o la de permitirnos encontrar en ellas la fantástica oportunidad de plantarle cara a la adversidad, sabiendo que no buscamos salir ilesos, buscamos salir mejores.
Hay que saber aceptar que la vida -en una suerte de rutina innegociable- nos confrontará a menudo con traiciones, desengaños y fracasos.
Guardar la compostura como un reflejo automático y pretendernos invulnerables ante tales eventos solo nos volverá más frágiles; su fuerza nos romperá de todos modos.
En cambio, si nuestro abordaje con la vida se parece más al Kintsugi, amplificaremos nuestra tolerancia a la desventura, desarrollaremos la sabiduría de valorar lo que se rompe en nosotros y mostraremos con orgullo nuestras cicatrices ya sanadas.
Entendamos el cambio como un proceso, no como un suceso. No ocultes las huellas que el cambió generó, muéstralas con la elegancia del Kintsugi.
Rumi, el célebre poeta musulmán, decía: “La herida es el lugar por donde entra la luz”.