Por: José Miguel Marchena
Gerente de Innovación y Desarrollo de ISIL
La influencia que viene teniendo la Inteligencia Artificial (IA) en la educación es innegable y su impacto seguramente continuará creciendo en los próximos años.
Son muchos los ámbitos y las formas en los que la IA puede evolucionar los procesos de aprendizaje, facilitar el trabajo de los profesores y optimizar la experiencia de los estudiantes.
Con la incorporación de esta tecnología podemos, por ejemplo, generar aprendizaje personalizado, analizando patrones y preferencias de los alumnos para diseñar planes de estudio y contenidos a medida.
Por otro lado, será posible lograr la automatización de tareas administrativas, exonerando a los docentes de estos trabajos rutinarios y permitiéndoles enfocarse en el despliegue de pedagogías.
Además, respaldar el “aprendizaje para toda la vida”, al recomendar cursos relevantes a las personas a lo largo de sus carreras y que motoricen la adquisición de nuevas habilidades que preserven su competitividad laboral.
Sin embargo, la IA también plantea preocupaciones, no solo sobre privacidad o sesgos algorítmicos, sino y sobre todo, las vinculadas a su capacidad de reemplazar los roles que hoy desempeñan los humanos y provocar una crisis de desempleo masivo.
Quizás la pregunta más oportuna para reducir esta paranoia sería: ¿Qué es lo que no puede hacer bien la IA?
Aunque la IA avanzó significativamente en diversas áreas, aún existen muchas cosas que las personas pueden hacer mejor y es allí, en ese extenso ámbito de habilidades, donde debemos poner atención.
La empatía y comprensión emocional, la creatividad, el juicio moral y ético, el pensamiento crítico, las habilidades interpersonales, la adaptabilidad y flexibilidad, la conciencia contextual, la intuición y cómo utilizarla para tomar decisiones. Y, desde luego, la colaboración entre humanos en el trabajo de equipo.
Debemos adherirnos a la consigna de mejorar y potenciar nuestras habilidades emocionales, de aprender a tomar distancia crítica y a vincularnos socialmente con éxito.
Necesitamos aprender nuevas cosas cada día. El aprendizaje permanente nos vuelve resistentes a la automatización.
Hay una obsolescencia profesional que no tiene que ver con la edad, que no es una métrica cronológica y que no es el resultado de una invasión de robots.
La verdadera obsolescencia ocurre cuando nuestro entorno marcha a mayor velocidad que nosotros. Cuando los demás aprenden más rápido que tú.
Los animo a complementar esta lectura con el artículo sobre Inteligencia Artificial y Aprendizaje publicado por Jimena Canales en esta misma sección.