Por: Javier Herrera
Consultor organizacional y vocacional
Estamos acostumbrados a “reinventar la pólvora”. Es decir, a ponerle nuevos nombres a conceptos antiguos, como si fueran fenómenos que recién aparecen.
Últimamente, se está hablando mucho de "la renuncia silenciosa", que sin duda es un concepto antiguo con un nuevo nombre, definido como el minino esfuerzo que pone un empleado para cumplir con sus funciones.
Esta problemática, no solo afecta negativamente a la empresa, sino también al trabajador quien se pierde la oportunidad de crecer profesionalmente, de obtener una buena reputación laboral y de sentirse feliz o satisfecho con lo que hace.
Pero lo cierto es que en todas las épocas ha existido personal reactivo, desganado y con escaso compromiso.
Los empleados con pobre nivel de engagement, son personas que muestran desinterés en desarrollar un desempeño destacado, solo cumplen con su trabajo.
Generalmente, están descontentos con la función que realizan y el involucramiento laboral que asumen es de continuidad, es decir, que se mantienen en la empresa solo por seguir percibiendo su sueldo y porque saben que no es fácil obtener otras oportunidades fuera.
Cambiar esta posición del empleado frente al trabajo, resulta bastante laborioso y complejo, pasa por cambiar creencias y valores personales que se encuentran arraigados desde hace mucho tiempo.
Es por eso, que para revertir esta realidad las empresas deben ser capaces de identificar las condiciones laborales más apropiadas para su personal, aquellas que permitan estimular la motivación y el compromiso de sus colaboradores, con la mayor atención al detalle de las necesidades de cada grupo ocupacional, inclusive de cada puesto de trabajo en particular.
En su defecto, ser capaces de reformular con la mayor rigurosidad técnica y científica sus procesos de selección de personal y así poder incorporar empleados involucrados que se encuentren "inmunizados" contra la hoy denominada "renuncia silenciosa".