Por: José Miguel Marchena
Gerente de Innovación y Desarrollo de ISIL
Hace 8 años, cuando iniciaba mi carrera en la educación, descubrí a Kio Stark, talentosa escritora francesa, que sin saberlo me regaló una de las reflexiones que más influyó en mi durante aquella etapa:
“Cuando te alejas de la estructura predeterminada de la educación tradicional, descubrirás que hay muchas más formas de aprender fuera de la escuela que dentro de ella.”
Estaba claro, los modelos educativos convencionales, ya sea por soberbia o incapacidad, han ignorado por décadas los profundos cambios que ocurrían en la forma en que las personas aprendemos.
Las escuelas o las universidades no tienen más el monopolio del aprendizaje. Las personas podemos aprender en muchos otros contextos o espacios y sin el objetivo superlativo de perseguir un título. En estricto rigor, podemos aprender de forma permanente a lo largo de nuestras vidas.
El aprendizaje es en sí mismo una habilidad. En mi opinión, la más determinante de todas. Es probablemente la única habilidad capaz de ayudarnos a sortear la amenaza latente de una obsolescencia acentuada por los actuales contextos de crisis y de densidad tecnológica.
Añadir el aprendizaje permanente a nuestro set de habilidades requiere de una convicción y disciplina irreductibles.
El aprendizaje independiente, como lo llama Stark, se inicia con el auto empoderamiento clave para tomar control de nuestro propio proceso de crecimiento, para luego converger con la certeza de que cada instante en nuestras vidas es una oportunidad de aprender si nos lo planteamos así.
Todos, cuando crecimos, fuimos absorbidos por una progresión lineal de aprendizaje que nos llevó desde la escuela hasta la universidad o el trabajo.
La forma más efectiva de desmontar este paradigma es concebir el aprendizaje como un ciclo continuo, una rutina vital e inalterable.
Solo de esta forma descubriremos que aprender es lo primero que deberíamos aprender a hacer bien y por siempre.